viernes, 15 de octubre de 2010

Me la suda lo que digas

No he hecho ningún estudio de mercado ni nada que se le parezca, pero en alguna ocasión oí a alguien decir que teníamos que aprender a hacer más caso de nuestro instinto. Al escribir esto me siento como Carry Bradshaw, aunque yo no vivo ni me prostituyo al más alto nivel en NY.

Como decía, eso de seguir el instinto se me grabó en la memoria, entre otras cosas porque es la vía más fácil para acceder al conocimiento -¿cuestión discutible? quizás-. De manera que, por casualidad, me he dado cuenta de que mis amigos y mucha de la gente que conozco –cada vez más– ha abandonado prácticamente por completo el uso del otrora popular Messenger. Una cuestión interesante si se tiene en cuenta el furor que causaba hace unos años ese programilla entre los jóvenes y no tan jóvenes.

Aún recuerdo cuando llegaba casi corriendo del cole para conectarme al Messenger. Acababa de ver a mis amigos, sí, pero un adolescente siempre tiene alguna nueva estupidez qué comunicar. Más o menos como un blogger. Recuerdo que aquellas conversaciones no tenían, en general, ni mucho de profundo ni mucho de divertido, pero parecía que la posibilidad de seguir hablando de la misma vacía y absoluta nada con los otros púbers que estaban en mi misma situación era lo máximo. Tanto como para cenar delante de una pantalla que, probablemente, sembró en mis ojos una semilla de vista cansada que ya germinará cuando más joda, ya.

La indignación de mi madre era lo de menos. Sus "O cenas en la mesa como una persona o te vuelvo a poner los grilletes"* no me amedrentaban. Mi adicción me llevaba a medir mi popularidad por ventanas de conversación abiertas y activas, a soportar los falsísimos "jaja" de mis interlocutores ante mis comentarios menos ingeniosos, a bajarme todo tipo de plugins para ir siempre un paso por delante.

Un día, todo eso cambió.

Bueno, realmente fue algo progresivo, paulatino, grandilocuencia gratuita. Fue culpa del Facebook. Facebook ofrece fotos, ofrece la información que quieres o necesitas saber sobre alguien. Ofrece la posibilidad de seguir la intimidad de tus contactos hasta límites a veces innecesarios, casi rectales. Y, además de todo eso, tiene chat. Chat chat chat. ¡Puedes hablar con tus amigos!¡Y hacerlo mientras te enteras de si a tu vecino le ha salido un nuevo grano y del embarazo de la choni del insti! Evidentemente Messenger no puede competir con eso porque, en esencia, consistía sólo en hablar.

Facebook ha robado la esencia a Messenger. Y le ha añadido una serie de características que representan una clara mejora de la mecánica comunicativa entre imbéciles como tú y como yo. Son los cotilleos de toda la vida, esa vacía y absoluta nada, mejorados. "¿Has visto el coche de Kairon?" "No, tía" "Las fotos aparecen en su muro" "Luego las miro, estaba leyendo a Valle Inclán"*. Conversaciones de este tipo podrían producirse perfectamente entre dos adolescentes de a pie. Eso sí, no es algo gratuito.

Mi teoría es que una consecuencia inevitable de este cambio de paradigma sea la reducción drástica de las conversaciones. Facebook podría desencadenar una mutación a nivel global hacia la telepatía. Toda la gente que conoces comparte contigo casi todo y viceversa. Conocéis a las mismas personas, tenéis gustos parecidos y salís de fiesta a los mismos sitios. Y si no es así, puedes saber en dónde están las diferencias con echar un vistazo al muro del otro. Llegará un día en que, al encontrarte con un amigo, no sepas qué decir, porque ya está todo dicho. Bastarán las miradas para saber cuál es el tema del día, por qué y cuándo reírse y a dónde ir.

Con esa finalidad, quiero creer, Zuckerberg -¿& Co.?- ha diseñado el chat del Facebook de la peor manera posible y lo ha hecho ortopédico a más no poder. El hecho de que se hayan inspirado en la sensación de tener piedras en el riñón para concebir esta vía de comunicación nos hace pensar que el verdadero objetivo está en que dejemos de hablar definitivamente. Está claro que cuanto más usemos FB, peor le irá al Messenger, porque, en conclusión, nos la suda lo que los demás tengan que decirnos mientras podamos ver sus fotos y las frases pseudoingeniosas de su muro.

Quizás a alguien le parezca absurda mi teoría, pero de todas formas nadie lee este blog.

La mejor parte del teclado QWERTY es la tecla Fin. Ojalá pudieses apretarla y acabar inmediatamente con lo que estás haciendo, como este post. Ahora la apretaré a ver qué pasa.





*Ficción publicitaria.
*Otra ficción publicitaria.

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